La Naturaleza del Pecado
Si queremos seguir en comunión con Dios, tenemos que separarnos del pecado.
I. El discernimiento: ¿Será la lepra o no? (Levítico 13:1-8).
La lepra (y el pecado) es algo profundo. La lepra no es un problema externo no es un problema superficial. Es algo “profundo” porque va mucho más allá de la superficie. Lo que se ve en la superficie es el síntoma; el problema radica más adentro, en la mera naturaleza del hombre. Además, la lepra es algo que desfigura al hombre, exactamente como el pecado ha desfigurado la imagen de Dios en el ser humano. El hombre que nace pecador siempre tiene la imagen de Dios, pero la imagen es torcida por el pecado que mora en él.
La lepra (y el pecado) es algo que se extiende. Si el sacerdote no puede discernir si es la lepra o no, él encierra a la persona por siete días. Repite la cuarentena de siete días si todavía no puede discernir si es la lepra o no. La lepra es una enfermedad que se extiende. Si no se extiende, propagándose por el cuerpo; no es la lepra. La persona se declara limpia y está libre. Pero la lepra, igual que el pecado, se extiende poco a poco por todo el cuerpo, carcomiendo como la gangrena hasta consumir a toda la persona. Se ve la justicia de Dios en la cuarentena de siete días. Dios es justo y misericordioso, entonces nos ha encerrado a nosotros para ver si lo que tenemos es la lepra o no. O sea, Dios ha encerrado a cada ser humano por siete “días” de mil años, una cuarentena de los “posibles” leprosos aquí en la tierra. Después de los siete mil años (después del Milenio), Dios sacará a todos los “leprosos” pecadores para evaluarlos y ver hasta qué punto ha llegado su “enfermedad”. Este juicio se llama el juicio del Gran Trono Blanco y toma lugar después del Milenio (Apocalipsis 20:11-15). Es el justo juicio de Dios en el cual Él paga a cada uno conforme a sus obras. Él evalúa a cada uno para ver hasta qué punto ha llegado su lepra. (Romanos 2:5-6). Después de discernir si es lepra o no, el sacerdote declara a la persona o inmunda o limpia.
II. La declaración: ¿Es inmundo o limpio? (Levítico 13:9-17).
El leproso que se declara inmundo. El pelo que cambia de color indica que el problema es más que superficial (es profundo). 2. La carne viva es simplemente una manifestación visible del problema adentro. Manifestaciones visibles del problema que radica más adentro: una naturaleza pecaminosa (que, en tipo y cuadro, es como la lepra).
El leproso que se declara limpio. Cuando la lepra cubre todo el cuerpo, de pies a cabeza, el leproso se declara limpio. ¿Qué es esto? Esto es un cuadro del pecado y de la salvación. Para ser salvos necesitamos, primero, entender y reconocer que somos total y completamente malos (leprosos, pecaminosos), de pies a cabeza. O sea, para que la gracia sobreabunde para nuestra salvación, primero el pecado tiene que abundar, tenemos que reconocerlo. "Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia". (Romanos 5:20).
Una persona no puede ser salva si no entiende que no hay nada bueno en ella. (Romanos 7:17-25). ¿Por qué es así? Porque si uno no reconoce esto, nunca jamás se arrepentirá (porque no cree que es malo) y nunca jamás buscará al Salvador (porque cree que puede salir del problema por sí mismo: “No soy tan malo como para merecer el infierno”).¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. (Isaías 1:5-6).
Pero Dios puede sanarlo y Él quiere sanarlo. "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana". (Isaías 1:18). Pero aun después de la salvación, a veces aparece la “carne viva”. Todavía andamos en “cuerpos leprosos”; el mal (el pecado) todavía mora en nuestros miembros. ¿Qué hacer? reconocerlo por lo que es (la lepra, el pecado) y luego “volverlo blanco”, confesándolo, arrepintiéndonos y limpiándonos por medio de Jesucristo y la Palabra de Dios (1 Juan 1:9). Ya cuando no hay “carne viva” (cuando se despojó del viejo hombre para vestirse de Cristo), se declara “limpio” otra vez y se restablece la comunión con Dios.
III. Unos detalles: Cinco casos específicos (Levítico 13:18-44).
Aquí Dios da instrucciones para cinco casos específicos. La lepra y un divieso. La lepra es algo “más profundo que la piel”: No es un problema superficial; más bien es algo profundo que tiene que ver la naturaleza. La lepra, como el pecado, se extiende. Si no se extiende, no es la lepra. La lepra y una quemadura. La lepra es un problema profundo; uno tiene que pasar siete días en cuarentena y luego ser juzgado; la lepra se extiende. La lepra y la cabeza o el pelo. La lepra es profunda; hay que encerrar al enfermo para juzgarlo. La lepra y un empeine. Aquí la enfermedad “está en la piel”; es algo superficial. Entonces no es la lepra, no viene de adentro y la persona se declara limpia. La lepra y la calva. Cuando la llaga es profunda y se extiende, es la lepra. Pero si no, no. Entonces, siempre vemos los mismos elementos en la lepra que nos muestran el cuadro del pecado en nosotros: es profundo (forma parte de nuestra naturaleza) y se extiende (se va de mal en peor).
IV. La decisión: ¿Qué hacer con el leproso? (Levítico 13:45-46).
Aquí vemos un cuadro del pecador todavía vivo (o sea, el “leproso” en la tierra, entre otros hombres), pero bajo la sentencia de ira y bajo la condenación por la inmundicia. El leproso es un “muerto vivo” (como todo pecador). Lo más horrible de su sentencia es que está fuera del campamento, separado de la presencia de Dios y solo. Está separado de Dios lo sabe y anda lamentando, gritando, viendo la muerte en todo su ser quebrantado, contrito, triste. Dios quiere que sepamos algo: La lepra (el pecado) es incurable; sólo Jesús nos puede sanar porque requiere de una obra sobrenatural. Pero para ser salvos, tenemos que reconocer el problema y nuestra necesidad primero. Así, podemos correr a Cristo y decirle que queremos ser sanados, queremos ser limpios. Si el leproso no se sana, morirá. Su enfermedad lo llevará al sepulcro. Mientras que el pecador vive, todavía hay esperanza. Pero si muere en sus pecados, sin el Salvador, su separación de Dios llega a ser completa y su naturaleza pecaminosa (su inmundicia) se manifestará a todo el mundo en el lago de fuego donde el su gusano nunca morirá y el fuego nunca se apagará.
V. Los vestidos: La lepra alrededor de uno (Levítico 13:47-59).
Aquí el enfoque cambia un poco: ya no trata de la lepra en el cuerpo sino en los vestidos, en lo que uno se pone. Entonces, en este pasaje vemos un cuadro del pecado que está a nuestro alrededor todos los días, todo el día: amistades, circunstancias, las influencias de todo tipo que nos rodean siempre. Dios quiere que aborrezcamos este tipo de “ropa contaminada” por la carne, por el pecado (Judas 23). La lepra del vestido tiene los mismos síntomas que la lepra del cuerpo. Tiene que encerrar la prenda por siete días. La lepra se extiende y por lo tanto uno tiene que quemar el vestido corrompido. "Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres". (1 Corintios 15:33). Todo lo que hay en nuestras vidas que se ha contaminado con el pecado, lo tenemos que eliminar de una manera tajante. La lepra es “penetrante”, es profunda, no superficial. ¡Quémelo!
La lepra era algo serio (implicaba una vida de muerte) y el pecado es igual: Es serio y resulta en la muerte. Sólo hay una solución para la lepra: Jesucristo es el que limpia al leproso, el que cura al incurable. Cristo llevó nuestro pecado y nuestros pecados en la cruz. Ahora nos ofrece la limpieza, el perdón de todos los pecados y la libertad de la naturaleza pecaminosa. Cristo nos ofrece una vida eterna, una vida limpia, sana y si fin. Nos ofrece una nueva naturaleza y también nuevos “vestidos” (nuevas influencias; influencias sanas y santas). El poder para ser limpios de la plaga de la lepra (el pecado) está en Jesucristo y el evangelio. No es por la fuerza humana. Es por Jesucristo: Él salva al pecador y Él nos limpia del pecado. Dios está llamando a cada pecador (a cada leproso) a reconocer su condición, a reconocer su enfermedad, a reconocer su necesidad... y correr a Cristo para que lo limpie.
El inconverso: corra a Cristo para la salvación (para que lo limpie de su lepra).
El cristiano: corra a Cristo para la santificación (para que Él le limpie los “vestidos” de la lepra).
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